En los años 50, los colegios privados eran mayormente para los jalados
en los colegios estatales, los que escogían sistemas extranjeros de educación,
o los de tendencia religiosa.
En las universidades estatales estaban los hijos de ricos. Raros eran
los hijos de obreros. Incluso había una entrevista personal que eliminaba a los
jóvenes “sin buenos modales” o “faltos de cultura”.
Los profesores tenían remuneraciones elevadas. En el primer año de
trabajo ya podían comprarse un auto del año y una casa a crédito o un terreno
para construirla en 2 años.
A mediados de los 60 se introdujo examen por computadora, el que terminó
con la discriminación. Hijos de notables no pudieron ingresar. Los primeros
puestos era hijos de obreros, meseros y vendedores ambulantes. Los ricos se
trasladaron a las pocas universidades privadas.
Así, en los años 70, se establecieron dos mundos universitarios totalmente disimiles.
Con las jugosas pensiones, las universidades privadas empezaron a
mejorar su infraestructura. De edificios aislados por terrenos polvorientos
pasaron a modernos edificios separados por jardines.
Las universidades estatales fueron abandonadas por el Estado
(administrado por los grupos de poder económico). Sus edificios no fueron
renovados. Sus laboratorios se volvieron obsoletos. Las remuneraciones de los
profesores no alcanzaban para subsistir. Estos se vieron obligados a enseñar en
una universidad estatal que le daba prestigio y en dos o tres universidades
privadas.
En los años 90, alumnos sin recursos pero emprendedores vieron que la
educación se convertía en un negocio como cualquiera. El Estado apoyaba la
idea. Los empresarios invirtieron en centros de educación. Los empresarios
pobres crearon universidades para pobres y los ricos para ricos.
A fines de los 90, había ya antiguos profesores de academias de
preparación, de origen popular, que se convirtieron en millonarios.
En el siglo XXI quedó claro que la educación era un gran negocio. Los
banqueros crearon colegios y centros educativos “innovadores”.
Los empresarios mineros vieron que la educación podía dar más que las
minas. Crearon su universidad.
Un banquero incluso compró por 150 millones una universidad
primigeniamente dirigida a la clase media baja.
Un antiguo hijo del campo se convirtió a su familia en un nuevo grupo de
poder, y empezó la pugna por el poder político.
Los hijos de la clase D y E, en su mayoría condenados a empleos
subalternos, siguieron con los mismos empleos. No les importaba: tenían grados
universitarios. Eso les levantaba su estima. Sus “cartones” los colgaban en su
sala, junto al televisor.